Sufro una afección de nostalgia recurrente. Ocurre una o dos veces cada año y, aunque casi siempre apela a las mismas memorias, se dispara de formas inesperadas.
A la mayoría de gente esto le ocurre con una canción, una película o una caja de cartón llena de recuerdos. Vamos, lo normal, pero a mí me pasa también con otras cosas, serán cosas de diseñadores. Una tipografía, dos colores juntos o el detalle del faro trasero de un coche pueden transportarme al verano de 1992 o al invierno del 2003 en décimas de segundo. Quizás sea porque quienes diseñamos vemos, en esos pequeños detalles, manifiestos enteros acerca de lo ético y lo estético, de cómo vivir y mirar a la vida.
Cuento esto porque hace un par de meses tuve un achaque fuerte y decidí purgarlo. Aprovechando que me iba a ver con Terrés, que se ha posicionado pública y vehementemente en contra de la nostalgia, decidí soltarle la pregunta a bocajarro:
— ¿A qué época volverías si pudieras viajar al pasado? ¿Y por qué?
En el tren de vuelta a casa decidí empezar un relato con mi propia respuesta. Y desde ayer, ese relato se puede descargar de Amazon en formato Kindle:
Mnemosyn es lo que se denomina una ‘novela corta’ o novella, pues tiene algo más de sesenta páginas. Empecé queriendo escribir un relato trepidante sobre viajes en el tiempo, pero acabé haciendo una reflexión muy personal sobre lo que supone mirar atrás, sobre lo que siente el protagonista cuando se da cuenta de que el pasado —su pasado— es más interesante que el futuro.
Nostalgia es un término con una etimología griega hermosa: nostós, que significa retorno y algós ( usado en analgesia o neuralgia) , que es dolor. Así pues, la nostalgia es el dolor que experimentamos al retornar a ciertos momentos, o por no poder hacerlo.
Me costó escribir esos pasajes. Hacerlo me obligó a mirarme —a mirarnos— desde muchas ópticas y a sentir muchas contradicciones. No fue sencillo. A esa reflexión decidí dedicarle un capítulo completo en el que el David anciano le relata al del presente cómo muere el sueño y llega la desilusión. Aquí un fragmento:
¿Te acuerdas del Commodore 64? Aquel ordenador trastocó nuestra infancia de una manera que no había ocurrido antes, igual que lo hizo el Spectrum o el Amstrad en otros hogares. Esos pequeños ordenadores personales cambiaron nuestro ocio, desde luego, pero provocaron algo que ningún otro aparato provocó: nos hicieron imaginar el futuro. Más aún: nos sumieron en un permanente estado de ilusión por el futuro.
Esas máquinas, con sus juegos nuevos, cada vez más avanzados y complejos, nos convencieron, a ti, a mí, a toda una generación, de que el futuro era un lugar interesantísimo, mucho más colorido y excitante que el presente. Pasábamos horas y horas frente a ellos, siendo los raritos, desplazados de las dinámicas del resto de chavales, sabiéndonos poseedores de algo que el resto no tenía, una ventana a ese futuro, una ilusión, una complicidad en la manera en que mirábamos hacia adelante.
Internet fue, para muchos de nosotros, la superación de una creencia, algo así como lo que debieron de sentir los primeros descubridores de América cuando, tras muchas especulaciones, se toparon con el nuevo continente. 1999 será el último año en que sintamos esa excitación. Con el cambio de milenio, el hechizo morirá y jamás resucitará.
La red pasará, en muy pocos años, de ser un espacio cultural y tecnológico a ser un gran proyecto empresarial. Precisamente este año saldrá Terra a bolsa, consolidando en España algo que habrá ido pasando en todo el mundo. La ingenuidad dará paso al lucro y la gente de negocios entrará en la red con altivez, apartándonos a nosotros, los románticos, a empujones. Y nada volverá a ser igual.
Los idealistas de lo digital, los infectados por el virus de la ilusión tecnológica, acabaremos trabajando en empresas tecnológicas, aferrados a una idea muerta. Nos engañaremos a nosotros mismos diciéndonos que trabajamos en lo que nos gusta y poco a poco nos iremos marchitando.
Cuando esbozaba el David de 2024 me inspiraba en un perfil que vi bastante en mi (breve) paso por Indra en 2004: tipos en sus cuarentaypocos, con pasado interesante pero mirada apagada, que sólo recuperaban el brillo en los ojos cuando hablaban de los viejos tiempos. Vivían desencantados, sin siquiera energía para otros hobbies, porque la perdían sosteniendo el día a día de una vida que no les gustaba.
Mi sentir personal no es el del protagonista, mi visión no es tan pesimista, pero confieso que, en todo lo tecnológico, puede contener trazas de nostalgia y algo de miedo a que la tecnología nos arrastre y acabemos varados, oxidándonos en alguna bocana.
Nos engañaremos a nosotros mismos diciéndonos que trabajamos en lo que nos gusta y poco a poco nos iremos marchitando.
Por fortuna, el final de Mnemosyn es más optimista. Además, conseguí, con algo de ayuda y mucho exprimirme el coco, que fuese recursivo y se cerrase el círculo conversacional a tres bandas que es la historia.
Un detallito de agradecimiento
He puesto a la venta en Amazon el ebook de Mnemosyn con todo el relato completo: un prólogo y 15 mensajes largos. Si decides comprarlo (son 2,69€) y escribes una reseña buena, avísame para que te mande un detalle de agradecimiento: un diskette de 3,5 Mb con la versión en pdf y, si el espacio del disco lo permite, alguna foto de Granada tomada con la Sony Mavica de 1999 que compré para ambientar la historia.
Hacer fotos para contextualizar los mensajes de David, como si se hubiesen tomado en 1999, fue un reto fallido; un fracaso, vamos. Pude tomar muchas, pero pocas me sirvieron. Ya hablaremos de eso, y de otros metatemas que rodean la conversación entre los tres periodos temporales de la historia.
No voy a publicar la respuesta de Jesús Terrés a mi pregunta, no toca. Te la quiero trasladar a ti, eso sí, para que la respondas desde el corazón y la compartas si te apetece:
— ¿A qué época volverías si pudieras viajar al pasado? ¿Y por qué?
Los comentarios están abiertos.
Yo no volvería a ninguna, la verdad. Le tengo alergia a la nostalgia y a la rememoración. Escuchar batallitas del pasado me intoxica como un aguardiente casero
Hace unas semanas volví a pensar en ese momento nostálgico, aquí va...
Volvería a aquellos años al iniciar mis estudios en la escuela de diseño, el deseo por aprender auténtico, curiosidad en todo, descubrir conceptos, precursores del diseño, comentar y discutir con mis profesores; volvería para abrazar más ese momento, sin prisas por querer trabajar y ganarme la vida de diseñador. Creo que siempre quise ir más rápido de lo que me tocaba y no disfruté del camino lo suficiente, ¡malditas prisas!
Recuerdo también a una compañera que estudiaba Diseño de Moda, Laia, nuestras conversaciones en los descansos hablando de todo moda, diseño, música y arte. Siento nostalgia porque nunca le dije que aquellas conversaciones eran mucho más trascendentes, eran más que conversaciones y nunca se lo dije. Mis prisas por crecer y avanzar en mi carrera profesional pudieron más que el corazón, decisiones que tomamos en un momento dado y que luego con la perspectiva del tiempo se convierten en un "y sí hubiese...".
En ocasiones me siento a conectar puntos hacía atrás y pensar que hubiese sido de mi si hubiese tomado otros caminos. Ahora, pensando en esto recuerdo que no supe nada más de Laia, la intenté buscar sin éxito. Y me he dado cuenta que mi hija se llama Laia ¿tendrá algo que ver con mi subconsciente? Quién sabrá...
Vuelvo al momento actual, porque la nostalgia es buena para recordar y añorar pero es momento de volver (salta la notificación de low battery, voy a por el cargador).